Ese año, papá decidió que por vacaciones haríamos algo especial: ¡irnos de crucero a las islas griegas!
Perdonad que no me he presentado, soy María. Para que no os perdáis con mi historia, paso a poneros al día con datos sobre mi complicada familia. En total somos cinco, contando a los pesados de mis padres y al impresentable de mi hermano. La única que se salva es mi abuela Patricia y como no, yo misma.
Total, ¿por dónde íbamos?, ¡ah sí!, ¡un crucero, qué maravilla! Las islas griegas, playita, playita, más playita… pero no fue así, ripios, ripios, ripios, piedras, ruinas, más piedras y más ruinas. ¡uf!, ¡qué royazo!
Pero eso fue solo al principio, porque a la vuelta, mientras Jorge, mi padre roncaba plácidamente en cubierta y Esmeralda, mi tostada madre, tomaba un baño de sol en la piscina del barco, de repente una espesa niebla cubrió el cielo azul y una tremenda tormenta movió bruscamente el barco de un lado para otro, de manera que naufragó volteado por una inmensa ola.
¡No, no os penséis que una ola de tres al cuarto podría acabar con mi preciada vida y la de mi aburrida familia a la vez! ¡Ni hablar del peluquín! No me preguntéis cómo, ni de qué manera, acabamos en una isla desierta perdida en mitad de Dios sabe dónde. La verdad es que ni hoy en día, muchos años después, he conseguido encontrarla ni buscando en google de mil maneras.
Por ejemplo, poniendo en las búsquedas: “isla perdida en mitad del mar Egeo”, “isla muy pero que muy perdida en medio del mar Egeo” “La más recóndita de las islas perdidas en mitad del muy perdido mar Egeo”.
Pues que no, que no existe, o al menos yo no he dado con ella, o tal vez fue un sueño….
No fue un sueño, porque recuerdo que fui la primera en despertarme y contemplar como mi aburrida familia roncaba a pata suelta panza arriba, en la arena de la playa como si de sirenitas se tratara. Faltaba mi abuela, que vete tú a saber cómo, se las había ingeniado para aparecer de repente con un desayuno, a base de frutillas, que había encontrado en las profundidades de la selva que teníamos al fondo.
Mi hermano Pedro lloraba a moco tendido cuando se dio cuenta de que no podría jugar al Fornite en una temporadita. No pudimos consolarlo en un buen rato, solo cuando una lagartija le lamió los dedos del pie reaccionó. Vamos que la tomó entre sus manos y se la puso al hombro llamándola “Garbancita mía”. Garbancita, por si no lo he contado, es otro miembro más de la familia desde aquel día, ¡yupi!
Tomar mucha fruta es muy bueno para la salud, (eso dicen los médicos y los maestros), aunque qué queréis que os diga, al segundo día no hacía más que acordarme de las pizzas del Zorro. ¡Ummmmmm, qué maravilla!. Esas cenas los viernes con mis amigos, Héctor, Carmen, Nuria….¡Cómo los echaba de menos!
Volviendo a la cuestión que nos traemos entre manos: Tuvimos que adentrarnos en la selva en busca de comida con menos vitaminas y más consistencia. Para colmo de males, ninguno de nosotros sabía cazar, ni pescar, ni ná de ná. No éramos “una familia de campo”, éramos “una familia tecnológica”: Tablet, Smartphone, tele, ordenador, Nintendo, wii, play….., o sea, nadie sabía encender un fuego, y lo peor, sin youtube que nos lo explicara.
Hubo un momento en el que me di cuenta de que mi padre, muerto de hambre, miraba a Garbancita con intenciones no muy humanas, creo que la imaginaba en una cazuela con un poquito de sal, cebollita bien picadita, unas hojitas de laurel y…vuelta y vuelta….
En fin, mucha hambre es lo que teníamos todos, tanta que yo creí ver a un unicornio que me miraba fijamente y que me decía…, sí me decía:
-María venid por aquí, seguidme.
Era un unicornio pequeñito, de colores y con un enorme cuerno que partía de su frente. (A mí se me vino a la cabeza en ese momento la canción del pequeño poni, no lo pude evitar: “Mi pequeño poni del arcoíris….)
Nadie lo veía, solo yo. Pero como tenía tantas ganas de comer decidí seguirlo, aunque os parezca una locura. En algunos momentos sentía como que nos vigilaban, no dije nada a nadie para no asustarlos. Lo seguimos por senderos, caminos angostos, rutas encrespadas, atravesando ríos, (sí, lo sé, puede que exagere un poco, pero esto es un cuento, ¿no?)
Paramos a descansar. Mi hermano Pedro, aburrido de tanto andar, se sintió melancólico, y de repente se puso a bailar con la mano en la frente un baile que según él se llamaba “lárgate pringao” del fornite. Estaba como loco moviendo el esqueleto, pegando saltos levantando los pies, cuando sin esperárnoslo, nos vimos rodeados por una tribu indígena que se unió al baile. Era increíble ¡conocían el baile del fornite!, o eso pensaba yo que era en ese momento. Días más tarde descubrí que se trataba de una danza aborigen que se bailaba en honor a un Dios. Sí, sí, creían que el pringao de mi hermano era un Dios. Eso me convertía a mí automáticamente en Diosa ¿o no? ¡digo yo!. Por fin le vi alguna ventaja a tener un hermano pringao.
Continuará…
qué mano de reir nos hemos dado!!! cuándo lo terminas?
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Esperando a ver cómo acaba, artistas 🙂
Mis mejores deseos par el 2019
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