Abro los ojos, los veo a todos sentados a la mesa en casa de la abuela, rodeándome y haciéndome carantoñas. Son felices. Un Belén pequeñito, con un río hecho de papel de plata y musgo fresco a los lados preside la habitación. Huele muy bien, mi abuela ha hecho estofado de pollo. No hay regalos, ni decoración navideña en la mesa. El abuelo tararea flojito, risueño, tras un par de vinos. Mi padre agarra la botella de anís, se desata la locura. Todos cantamos. Vuelan los mantecados.
Abro los ojos, estoy en casa. De nuevo todos sentados a la mesa. Todos no, faltan los abuelos. No huele mal pero no tan bien como entonces. El Belén ha pasado a segundo plano, está en una esquina del salón comedor. Junto al televisor, un gran árbol de navidad recargado de espumillón y bolitas de colores. Mis tíos y mi padre discuten del tiempo y del campo. Las mujeres apenas calientan la silla, ajetreadas con las idas y venidas a la cocina. Mis hermanos han crecido. Pedrito tiene bigote, Laura, la cara cubierta de acné. Estoy deseando terminar de cenar. He quedado para salir.
Abro los ojos. Lo primero que acierto a contemplar es el árbol sembrado de regalos sutilmente etiquetados. Jugueteo con Dani, mi pequeño, alrededor de los invitados. Espera una mesa lista para ser ocupada por una multitud. Mi mujer, Clara, a punto de dar a luz, se mueve con dificultad mientras es auxiliada por todos. La mesa está llena de comida: gambas, jamón, manjares que años atrás ni hubiéramos soñado. Mamá preside la mesa, está mayor, apenas puede moverse, sólo dice:
-Ya no sirvo para nada, con lo que yo era-mientras todos entramos al trapo y la vapuleamos dándole ánimos.
Abro los ojos. Tengo en mis brazos a mi nieta María, mi María, mi locura. La mesa está preciosa, repleta de objetos primorosos. La casa de Dani es acogedora, de las que ahora se ven por la tele, muy moderna. No hay portal de Belén, he estado mirando por la sala y no lo he visto. Tampoco tienen árbol de Navidad. Mi hijo dice que no se llevan, que ellos prefieren otros tipos de detalles decorativos. No me llega el olor a comida de la cocina. Me explican que la traerán en un momento, la han pedido a un catering. La cena transcurre tranquila, hasta que la conversación deriva hacia derroteros políticos farragosos y los miro con desagrado. De repente tarareo un villancico mientras sonrío. Señalo una botella de anís que he traído del pueblo y hago un gesto cómplice a Dani. Cantamos.
Abro los ojos. María ha crecido, casi no la reconozco, la delata el lunar de la mejilla. No estoy, tal vez llegue más tarde. Han vuelto a poner el árbol, tiene unas luces extrañas. La comida es…diferente, no sabría decir si es carne o pescado, aunque tiene pinta de carne, o puede que sea una mezcla. Hay caras nuevas, no las reconozco. Dani está mayor, muy mayor, mi Dani. No me veo, no estoy. Es María la que agarra la botella de anís y mira a su padre. Todos cantan. Me siento feliz, aunque una angustia insoportable me desgarra. Recuerdo el día en que mi padre me leyó un cuento. Contaba la vida de un tal señor Scrooge, ¡ya no se escriben cuentos como los de antes!
Abro los ojos, los veo a todos sentados a la mesa en casa de la abuela, rodeándome y haciéndome carantoñas. Me dispongo a vivir.
Precioso tu relato, Coral. Me ha encantado. Original y potente. Enhorabuena.
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias Esther! Felices fiestas.
Me gustaMe gusta
Coral, está muy bien escrito y proyectado. Llega. Felicidades y mucha suerte!!
Me gustaMe gusta